Pedro Salinas, "¡Pastora de milagros!", Razón de amor.
¡Pastora de milagros!
¿Lo sobrenatural
nació quizá contigo?
Tu vida
maneja los prodigios
tan tuyamente como
el color de tus ojos,
o tu voz, o tu risa.
Y lo maravilloso
parece
tu costumbre, el quehacer
fácil de cada día.
Las sorpresas del mundo,
lanzadas desde lejos
sobre ti, como olas,
en mansa espuma blanca
a los pies se te quiebran,
dóciles, esperadas.
Lo imprevisto se quita,
al verte, su antifaz
de noche o de misterio,
se rinde:
tú ya lo conocías.
Andando de tu mano,
¡qué fáciles las cimas!
Alto se está contigo,
tú me elevas, sin nada,
tan sólo con vivir
y dejar que te viva.
Tus pasos más sencillos
en ascensión acaban.
Y en la altura se vive
sin sentir la fatiga
de haber subido. Tú
le quitas
al trabajo, el afán,
su gran color de pena.
Y en descensos alegres,
se sube, si tú guías,
la inmensa
cuesta arriba del mundo.
Cuando tu ser en proa
—velocísimo viento—
atraviesa la vida,
se les caen a las ramas
de lo que deseamos
los esfuerzos que cuestan,
el precio de la dicha,
como las hojas secas,
y te alfombran el paso.
Y yo sé que quererte
es convertir los días,
las horas, en peligros,
en llamas. Pero a todo
se sonríe por ti.
Porque vas sorteando
nuestra vida entre azares
ardientes, entre muertes,
tan inocentemente,
tan fuera del pecado,
que nos parece un juego
con las cosas más puras.
Tan sencilla queriéndome,
que a veces se me olvida
que vivo de milagro
el amor fabuloso
que al cargar sobre ti
ingrávido se torna.
Y como lo redimes
de sangre, o de tormento,
por fuerza de tu pecho,
con corazón de magia,
se siente la ilusión
de que nada nos cuesta
nada.
Que el hecho más sencillo,
el primero y el último
del mundo, fue querernos.
¿Lo sobrenatural
nació quizá contigo?
Tu vida
maneja los prodigios
tan tuyamente como
el color de tus ojos,
o tu voz, o tu risa.
Y lo maravilloso
parece
tu costumbre, el quehacer
fácil de cada día.
Las sorpresas del mundo,
lanzadas desde lejos
sobre ti, como olas,
en mansa espuma blanca
a los pies se te quiebran,
dóciles, esperadas.
Lo imprevisto se quita,
al verte, su antifaz
de noche o de misterio,
se rinde:
tú ya lo conocías.
Andando de tu mano,
¡qué fáciles las cimas!
Alto se está contigo,
tú me elevas, sin nada,
tan sólo con vivir
y dejar que te viva.
Tus pasos más sencillos
en ascensión acaban.
Y en la altura se vive
sin sentir la fatiga
de haber subido. Tú
le quitas
al trabajo, el afán,
su gran color de pena.
Y en descensos alegres,
se sube, si tú guías,
la inmensa
cuesta arriba del mundo.
Cuando tu ser en proa
—velocísimo viento—
atraviesa la vida,
se les caen a las ramas
de lo que deseamos
los esfuerzos que cuestan,
el precio de la dicha,
como las hojas secas,
y te alfombran el paso.
Y yo sé que quererte
es convertir los días,
las horas, en peligros,
en llamas. Pero a todo
se sonríe por ti.
Porque vas sorteando
nuestra vida entre azares
ardientes, entre muertes,
tan inocentemente,
tan fuera del pecado,
que nos parece un juego
con las cosas más puras.
Tan sencilla queriéndome,
que a veces se me olvida
que vivo de milagro
el amor fabuloso
que al cargar sobre ti
ingrávido se torna.
Y como lo redimes
de sangre, o de tormento,
por fuerza de tu pecho,
con corazón de magia,
se siente la ilusión
de que nada nos cuesta
nada.
Que el hecho más sencillo,
el primero y el último
del mundo, fue querernos.
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